Mediocres

Me ha llegado, a través del formulario de contacto, un mensaje anónimo:

Que pasa man, ya no publicas na ???

He pecado de abandono. Aprecio la moderación, en este caso de publicación, pero nada hay de virtud aquí si hemos llegado a uno de los extremos. Lo sé, porque lo sabe Arístoteles.

La sabiduría antigua elogiaba toda posición que no llegara al extremo. Celebraba lo proporcionado y la mesura, despreciando los excesos y la eminencia. La mediocridad estaba viviendo su época dorada. Sin embargo, el paso del tiempo la relevó al veto y la repulsa. No pudo hacer frente a la exaltación del romanticismo, la exageración del barroco, el superhombre de Nietzsche y los superheroes de Marvel. Ahora, que hemos desembocando en la era de los medios, la aspiración a lo máximo y al reconocimiento nos han inculcado que es preferible el fracaso absoluto a la mediocridad.

Con el caudal contínuo de check-ins en twitter, fotos pasadas por filtros vintage y actualizaciones de Facebook, es fácil caer en la trampa de creer que los demás tienen una vida apasionante, mientras nosotros desayunamos un tazón de cereales en calzoncillos. Se promociona una cultura social en la que prima comunicar cuan interesantes somos. El camino hacia el reconocimiento iniciado antes por los medios de comunicación y la publicidad. Lo sé, porque lo sabe Tyler:

La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seriamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a poco nos hemos dado cuenta y estamos, muy, muy cabreados.

Yo no estoy muy, muy cabreado. Ni siquiera lo estoy un poco porque acogí la mediocridad. Reconozcamos de una vez que todos somos mediocres en casi todo y rescatemos a la medianía de la censura. Es muy difícil no serlo y sería ridículo que todos intentáramos ser estrellas del rock.

Nos bombardean continuamente con la propaganda del éxito. La publicidad y los gurús del marketing exponen que “eres el mejor del mundo (…) o eres invisible”. La sociedad nos transmite que solo quiere ganadores. Competir y ganar. De la noche al día, este no era nadie y hoy lo es todo.

Eso es falso. No existe el éxito de la noche a la mañana. Detrás de él hay habitualmente alguien obsesionado.

Claro como el vodka, si quieres llegar a ser lo más en algo, tienes que estar obsesionado. Hacerlo todo el tiempo, y cuando no lo haces, tienes que estar pensando en ello. La gente de negocios que amasa millones es porque siempre está haciendo negocios. “Lo que la gente necesitada no entiende de la gente con dinero que sigue trabajando 12 horas por día es que, justamente, no lo hace por dinero”, decía Martin Varsavsky en uno de sus posts.

La buena noticia, es que no hay que ser the best in the world. Ser el mejor implica competición, foco en el ego. Siempre se ha dicho que aprender no es lo mismo que sacar buenas notas. Cuando lo importante no es aprender y disfrutar, sino ganar, todo vale. Y cuando todo vale, la vida no se convierte en una meritocracia, sino en un concurso de popularidad, donde el más competente no es el mejor, sino el más hábil compitiendo.

La mayoría de nosotros no estamos aquí para llegar a ser algo o cambiar el mundo, a pesar de cargar con esa sensación. Estamos aquí simplemente para vivir. Es por eso que, desde este mediocre blog, reivindicamos la medianía con naturalidad. Somos mediocres. No somos los mejores, por supuesto, pero tampoco los peores y eso ya es mucho tal como esta el panorama.

Ahora me he acordado de aquella entrevista a Ioannis Ikonomou, un traductor griego que habla 32 idiomas, y de la pregunta que no publicaron:

– Y usted, hablando tantos idiomas, ¿en qué piensa?
– Pues en follar, como todo el mundo.

Somos mediocres, pero también nos gusta una buena taza de te.

La affordance percibida de haber sido reparada

Se dice que la única interfaz intuitiva es el pezón. El resto se aprende. Con la experiencia, nuestros modelos mentales se hacen cada vez más completos y, sin necesidad de reconocer un objeto, podemos llegar a intuir su funcionalidad.


Botones y otros elementos de los productos que comandó Dieter Rams en los 60 para Braun. PSD descargable aquí.

Marcas minimalistas, muescas y volúmenes que nos llevan a la conclusión de que esto de aquí se puede girar, de aquello se puede tirar o de esto se puede pulsar. Esta invitación a utilizar estos elementos es la affordance, concepto del que anotamos sin cansarnos.


Admirable colección de tiradores de las puertas de más de un centenar de coches de todos los tiempos.

Pero hecha la ley, hecha la trampa y resulta curioso ver como se puede aprovechar este concepto para transmitir una propia cultura a un objeto. En la línea de productos “Repair-Ware” se rediseñan una serie de electrodomésticos con la affordance percibida de que han sido reparados.


Fascinante, pero de momento solo un prototipo conceptual de una línea con un único producto: la plancha.

Esta idea es de Samuel Davies, actualmente diseñador de productos en Kenwood, donde no se si le habrán quitado ya la idea de seguir con la línea “Repair-Ware”. Con ella pretende reforzar una cultura de la reparación, abandonando así la actitud de tirar las cosas cuando no funcionan para comprarlas nuevas, y tratando de arreglarlas en consecuencia. Una visión más ecológica, que implica un cambio de mentalidad. No lo compres nuevo si lo puedes arreglar tú mismo. Davies espera que así “los objetos queden emocionalmente conectados con sus propietarios”.



La mayor dificultad en el diseño de estos productos es que el interior debe ser tan amigable como el exterior y muchos estándares de seguridad, por ejemplo, pueden hacer infranqueable este objetivo. De todas formas, tenga o no futuro la idea, me llamó poderosamente la atención como se añade ese elemento que invita a abrir la plancha y perder el miedo a trastear con su interior para una posible reparación. Es la affordance percibida de haber sido reparada.

Concepto: el Efecto Mateo

Con nuestra serie “concepto” queremos invitarles a diagnosticar en un par de palabras algunos eventos sociológicos comunes. Ayuda a salir de la mediocridad. Cuando al final de un episodio en una serie les dejen con un Continuará… exclamen que es un recurso que se nutre del efecto Zeigarnik. O cuando apabullados por multitud de opciones no sepan que elegir, digan que tienen parálisis por decisión.

El efecto Mateo, al que también pueden llamar Matthew effect, vendría a substituir la frase “el rico se hace más rico y el pobre más pobre”, aunque no solo económicamente, sino como ventaja acumulativa en general. Veamos por ejemplo en los deportes:

A principios de cada año, los equipos All-Star del hockey hielo canadiense seleccionan a las jóvenes promesas de entre los niños de nueve años. Los nacidos en enero parten con una considerable ventaja. Cuando se seleccionan, están a punto de cumplir la década y, a esas edades, su desarrollo supera al de aquellos nacidos en diciembre. Como consecuencia, consiguen cierta preferencia y acaban recibiendo programas especiales de entrenamiento para desarrollar sus talentos. Es un hecho que los mejores jugadores del hockey hielo en Canadá hayan nacido en enero, febrero y marzo.

El efecto Mateo, acuñado por el sociólogo Robert K. Merton en 1968, toma su nombre de una cita del Nuevo Testamento. Concretamente de la parábola de los talentos, Ezequiel 25:17 Mateo 25:29:

Porque a todo el que tiene le será dado, y tendrá abundancia; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado.

Una ventaja acumulada que se dice que aprovechan los científicos que gozan de más popularidad para recibir el crédito de muchas de las investigaciones. Con el reciente descubrimiento de la partícula divina, ¿se podría aplicar al campo de Higgs en detrimento de Brout, Englert, Guralnik, Hagen y Kibble?

Así pues, el efecto Mateo, al que también pueden llamar Matthäus-Effekt, incide claramente sobre las posibilidades de éxito. Es una característica de las redes en general. Los nodos mejor conectados siempre atraerán más y aquellos pobremente conectados tenderán a permanecer desproporcionadamente pobres. Lo pueden experimentar con el crecimiento de las redes sociales y Google, que siempre ha operado bajo este principio, trata de combatir este efecto en sus últimas actualizaciones.

El efecto Mateo nos muestra que vivimos más en un concurso de popularidad que en una meritocracia.

Conceptos anteriores:

Diseño para el error o por que los aviones tienen ceniceros en los lavabos

Las décadas son un invento reciente. No ya el concepto de diez años seguidos, claro, sino el de unidad cultural. Antiguamente, la medida de estos cambios vendría dada, por ejemplo, por la vida del rey. El reinado de Isabel la Católica, que no vendría exento de modas que abochornarían a dinastías previas.

Durante el Renacimimento, algunas mujeres usaban el jugo de las bayas de la Atropa belladonna para dilatar sus pupilas, efecto conocido como midriasis, por motivos puramente estéticos. Un reinado o un papado más tarde seguramente se recordarían ridículas con esos ojos.

¿Cómo podía llevar semejante peinado en los 80? Bueno, a parte de que por entonces tenía pelo, porque es común que la mayoría de nosotros tengamos una opinión decente de como somos ahora. “Pero dentro de cuarenta años”, escribía Dale Carnegie en 1948, “puede que miremos atrás y nos riamos de la persona que somos hoy”. ¿Dentro de cuarenta años? Los hipsters no van a durar ni cinco. Con la celeridad de estos tiempos, pronto los lustros serán las unidades culturales mínimas.

Son necesarios muchos cambios para que una unidad de tiempo se considere significativa. Vivimos en una sociedad que ha conseguido añadir cuarenta años a la vida media de la especie humana en solo dos siglos. Desde el neolítico, tan solo se consiguió un aumento de veinte años en diez mil que pasaron. La consecuencia de ello es que los sucesos culturales de gran magnitud cada vez se dan en periodos más cortos. La sensación de ser parte del pasado se nos echa encima. Eramos trogloditas hace medio siglo.

¡Hace treinta años la gente iba fumando en los aviones!

De hecho, podría haber empezado por ahí, que es de lo que realmente trata esta entrada, pero me esfuerzo por poner en contexto el asunto y andarme un poco por las ramas. En Engineering Infrastructures For Humans explican por que los aviones tienen ceniceros en los lavabos.

El que menos haya viajado en avión sabe que no se puede fumar dentro de ellos. Queda permanentemente avisado en los luminosos interiores, en los múltiples adhesivos de las puertas y en los manuales de instrucciones. Incluso, y aquí viene lo curioso, hay un aviso de no fumar adherido al cenicero del lavabo.


Quieto, “parao”.

Si no se puede fumar en los aviones, parece completamente ilógico que haya ceniceros, con lo que esto tiene pinta más de un parche que de una solución. Debe ser que el coste de eliminar todos los ceniceros de las puertas de los lavabos se dispara en comparación con el coste de poner una pegatina de prohibición justo donde puedes apagar el cigarro. Si American Airlines ahorró cuarenta mil dólares eliminando una aceituna de cada ensalada, aquí también economizaremos.

Pues no.

Resulta que según el código de regulación, tener ceniceros en los lavabos de los aviones no es algo opcional. Un avión no puede abandonar el terminal si no dispone de ellos.

Es una decisión basada en una de las principales heurísticas de diseño centrado en el usuario. Los usuarios cometerán errores y probarán acciones no permitidas, y puede que no tenga nada que ver con maldad o estupidez. No asumas que tus usuarios nunca romperán las reglas y toma una medida de reducción de riesgos. Está prohibido fumar, pero si fumas, al menos, apaga el cigarro bien y no vaya a pasar como en 1973, cuando un accidente de avión atribuido a un cigarrillo mal apagado acabó con la vida de 123 personas.

Todo diseño centrado en el usuario es un diseño que tiene en cuenta el error humano. Por eso los cajeros devuelven la tarjeta antes de entregar el dinero o la pantalla del iPad se apaga a los cinco segundos si no se desbloquea.

Todo el mundo puede fallar. Menos Torres, este que no falle el sábado.

Banksy sobre la publicidad

Se cachondean de ti cada día. Se meten en tu vida, te agreden gratuitamente y desaparecen. Te acechan desde altos edificios y te hacen sentir pequeño. Lanzan frívolos comentarios desde autobuses insinuando que no eres lo bastante sexy y que la diversión está en otro sitio. Están en la televisión haciendo que tu chica se sienta incómoda. Tienen acceso a la tecnología más avanzada que el mundo ha conocido y te acosan con ella. Son “los anunciantes”. Y se ríen de ti.

Tú, sin embargo, tienes prohibido tocarlos. Las marcas registradas, los derechos de propiedad intelectual y los derechos de autor permiten a los anunciantes decir lo que quieran, donde quieran, con total impunidad.

A la mierda con eso. Todo anuncio en un espacio público, sin darte la posibilidad de elegir si quieres verlo o no, pasa a ser tuyo. Es tuyo para que lo cojas, lo modifiques y lo reutilices. Puedes hacer lo que quieras con él. Pedir permiso sería como preguntarle a alguien si puedes quedarte con la piedra que acaba de tirarte a la cabeza.

No debes nada a las empresas. Ni eso. Sobre todo no les debes ningún respeto. Ellos te lo deben a ti. Han reorganizado el mundo para ponerse delante tuyo. Nunca te pidieron permiso, no se te ocurra pedir tú el suyo.

Retweet de Hënrich Elleviräan (1980- , programador finlandés afincado en Holanda).

Lo simple, si breve, dos veces bueno

De entre todas las cosas de este mundo que piden a gritos simplicidad, el nombre de los productos ofrece un abanico de ejemplos evidentes de lo que es correcto e incorrecto. PlayStation, Post-It, iPhone, por una parte. Por la otra, Sony DVP SR200P/B o Casio G’zOne Commando.

Se requiere simplicidad para captar en una sola palabra, tal vez dos, la esencia de un producto o empresa —o en algunos casos crear una personalidad con ello. Mientras que la simplicidad goza con un desafío como este, también, por desgracia, lo hace la complejidad.

En esto pensaba Ken Segall, entonces director creativo de publicidad de Apple, cuando Steve Jobs presentó el nuevo iMac en 1998 con la intención de llamarlo MacMan.


Ya tenemos un nombre que nos gusta mucho, pero quiero ver si sois capaces de batirlo. El nombre es “MacMan”.

En Steve Jobs Almost Named The iMac The MacMan, Until This Guy Stopped Him, el mismo Segall explica como consiguieron hacer cambiar de opinión a Steve. Como, tras rechazar la primera tanda de propuestas —que ya incluía el nombre iMac, le ofrecieron nuevas ideas, pero volvieron a insistir incluyendo de nuevo este último.

Finalmente, se impondría de nuevo la simplicidad, incluso la brevedad, en este caso de un nombre, que se convertiría en una de las partes más importantes de la marca Apple. Haciendo alusión a un ideal de precisión, al que se le suma la moderación en el popular dicho de “lo bueno, si breve, dos veces bueno”.

Pero, ¿es mejor un nombre de producto porque es breve? Los alemanes contradicen este aforismo con su frase Einmal, keinmal (una vez, ninguna vez). Es cultural para los teutones que para que algo nos guste, se nos tenga que dar mucho. ¿Nos parece bueno un nombre porque nos hemos acostumbrado a él?

Evidentemente, ni la brevedad, ni la frecuencia son condiciones suficientes de lo bueno, pero si admitimos con acierto que lo sencillo lo es. ¿Por qué asumimos que lo sencillo es bueno? Volvamos a Apple, donde nos responderá el mismo vicepresidente de diseño industrial, Jonathan Ive:

Porque necesitamos sentir que podemos dominar los productos físicos. Si consigues imponer el orden dentro de la complejidad, encuentras la forma de que el producto se rinda ante ti. La sencillez es simplemente un estilo visual. No es sólo el minimalismo o la ausencia del desorden. Requiere sumergirse en las profundidades de la complejidad. Para ser realmente simple, hace falta llegar hasta lo más hondo. Por ejemplo, para hacer algo sin tornillos puedes acabar con un producto muy complicado. La mejor forma es profundizar más en la simplicidad, comprender todos los aspectos del producto y de su fabricación. Tienes que entender en profundidad la esencial de un producto para poder deshacerte de todos los elementos que nos son esenciales.

Affordances percibidas

Me acuerdo que antes no podía entrar en un ascensor sin criticar los botones. Estaba obsesionado por dar con affordances mal percibidas y me quejaba amargamente cuando empujaba una puerta de la que había que tirar. La manera de aliviar tal desazón fue este blog, del que hace ya cinco años.

Hace bien poco, en un podcast sobre affordances e interfaces adaptativas, descubrí gratamente, de parte de Justin Davis (web oficial | twitter), este gráfico clasificando las affordances:

Cada cuadrante está ocupado por un tipo de affordance. Cuando no se percibe ninguna acción posible en el objeto, debido precisamente a que no hay ninguna acción presente, se dice que estamos ante un correct rejection (rechazo correcto), como ocurre en el caso de un muro, que no parece que se pueda abrir por parte alguna y, efectivamente, no se puede, o con todo elemento en el que no se pueda hacer clic y tampoco de la sensación de poderse.

Si existe una acción que se pueda realizar, pero se carece de las pistas que nos indican como realizarla, estamos ante una hidden affordance (affordance oculta). Por ejemplo, ese enlace que nunca pensábamos que fuera en efecto un enlace. En el caso contrario, algo que parece un botón y al final no lo es, estaríamos ante una false affordance (affordance falsa), en la que parece que puedes tomar una acción, pero no puedes.

La manera correcta de hacer las cosas, y a lo que nos referimos al decir simplemente affordance, se corresponde con las affordances percibidas (perceived affordance).

Ya intento perder menos los nervios con los ascensores, pero intento no perder la pasión por mejorar las cosas.

Para bien o para mal, los rasgos de mi personalidad no permiten que algo desbarajuste seriamente mi circuito cerebral de recompensa y motivación. Solamente una substancia, hace unos pocos años, hizo agitar mi nula propensión a la adicción: el chocolate blanco con coco de Lindt.

Aparte de descargar toneladas de dopamina, esta tableta de chocolate tenía la peculiaridad de venderse únicamente en verano. Al llegar septiembre empezaban a retirarlas del mercado, a veces ofertándolas a precios más bajos, cosa que yo aprovechaba para almacenarlas, cual hormiga, para la época de sequía del Excellence Coconut. Me tenía sin cuidado que la fecha de caducidad estuviera cercana en los próximos meses.

Sin embargo, esto es una práctica habitual de las empresas chocolateras. Los Ferrero Rocher y MonCheri, por ejemplo, no se venden en verano, sino a partir de octubre. He leído todo tipo de teorías sobre estos hechos: que si la calidad del producto no se puede garantizar en épocas de calor, con el chocolate derritiéndose, que si en verano el precio de la leche sube, debido a que la hierba se seca y las vacas comen menos, que si los Illuminati… No.

Martin Lindstrom, autor de Brandwashed (Así se manipula al consumidor, en español), explica en su libro como las empresas consiguen lavarnos el cerebro y que compremos sus marcas. Tras cada decisión a la hora de ofrecer un producto, se esconde una ciencia especializada en el arte de la seducción [en]:

Dole y otros cultivadores de plátanos han hecho de la producción de un plátano una miniciencia, en parte para manipular la percepción de frescura. De hecho, han publicado una “guía de plátanos” para fruteros, que muestras las distintas fases de color que puede alcanzar un plátano durante su ciclo de vida. Cada color representa el potencial de venta del plátano en cuestión. Por ejemplo, los registros de ventas indican que los plátanos de color Pantone 13-0858 (también conocido como amarillo vibrante) se venden menos que los plátanos de color Pantone 12-0752 (también llamado botón de oro), que visualmente es un grado más cálido y sugiere una fruta más madura y fresca. Las empresas como Dole han analizado los efectos en las ventas de todas las variedades de color y, por consiguiente, plantan sus cosechas en las condiciones más propicias para obtener el “color” adecuado. ¿Y las manzanas? Aunque resulte difícil de creer, mi investigación reveló que si bien pueden parecer frescas, las manzanas del supermercado tienen en realidad una antigüedad media de catorce meses.







Per Color, exposición de Marco Ugolini, con muchos tonos Pantone, pero que no resultaron en ninguna venta tras tomar las fotografías. Vía Vlamboyant.

Probablemente, como todo en el mercado, la principal causa de retiro del Excellence Coconut responde a razones manipuladoras de marketing. Es el principio de escasez, una de las seis “armas de influencia” que Robert Cialdini apunta en Influence: Science & Practice, un libro que se considera el estándar de facto sobre la psicología de la persuasión. Este principio se vuelve decisivo cuando se hace evidente que el recurso es finito (los clientes ven que es un producto exclusivo) y cuando se adjunta un carácter apremiante a la escasez (se retira del mercado). El “solo quedan dos asientos” o sitios como Ebay, son ejemplos claros de explotación de esta regla.

Ni farmacéuticos, ni enfermas, ni pacientes acostumbran a cuestionar las prescripciones de sus doctores. Cialdini expone un caso en el que un médico ordenó la administración de gotas en el oído derecho para un paciente sufridor de una otitis. En la prescripción, en vez de anotar “Right ear” (oído derecho, en inglés), abrevió escribiendo “place in R ear“. La obediente enfermera que leyó el precepto, procedió a dejar caer la requerida cantidad de gotas en el ano del paciente (rear es trasero en inglés). Evidentemente, un tratamiento rectal para una infección de oído no tiene mucho sentido, pero ni el paciente, ni la enfermera lo cuestionaron.

Este caso explicita el principio de autoridad, que influencia siempre y cuando los clientes crean en el poder y la autenticidad de la autoridad. Michael Pollan, autor de éxito e intelectual en temas de alimentación, publicó Food Rules: An Eater’s Manual, un compendio de reglas para comer de manera saludable. Tales como “no comer cereales para el desayuno que cambien el color de la leche” o, una de sus máximas más importantes: “no comprar alimentos que tengan más de cinco ingredientes“.

A raíz de ello, Häagen-Dazs relanza un mismo producto con diferente nombre, el Chocolate original pasa a llamarse Five. Los dos productos contienen los mismos cinco ingredientes, pero ahora Five es un éxito. Cuantos menos ingredientes, más saludable. Una nueva apreciación del público por la simplicidad, inducida por una autoridad.



Proyecto de Antrepo simplificando los envoltorios de ciertos productos internacionales. En la segunda parte dan un paso más para acabar pecando de simples, con el color del envoltorio y el nombre de la marca en Arial Helvetica.

Pollan, irritado ante esta última estrategia de marketing, acabó añadiendo una nueva regla: “no comer nada anunciado en televisión“.

Rápido repaso de la ortografía española actual

— Mamá, mamá, ¿hay gelatina?
— No hija, solo hay i griega e i latina.

Aunque la denominación más extendida de la letra “y” es “i griega”, se recomienda llamarla “ye” en la nueva ortografía. ¡La ortografía! Otra cosa más en la que hay que estar actualizado.

A raíz de una duda lingüística llegué a las FAQ de la Real Academia Española y me vi disfrutando de la lectura como no habría esperado. Me di cuenta que estaba desactualizado en ciertas reglas y, como muchas de las decisiones o recomendaciones de la Academia se justifican por la simplicidad y el principio de economía del lenguaje, que me parecen razones más que honestas y loables, pues estoy muy a favor.

Así, aunque tiene ya un tiempo esta “nueva” ortografía, no está de más repasarla y plantearse como buen propósito de este año el mejorar nuestra ortografía. La mayor simplificación proviene de la eliminación de muchos acentos y que se convierte en obligatorio:

  • Eliminación del acento diacrítico en “solo” y los pronombres demostrativos “este”, “ese”, “aquel”, etc. Sin excepciones. Se acabó el pensar si “solo” se puede sustituir por “solamente” para ponerle o no acento.
  • Eliminación del acento en la conjunción “o”, que antes llevaba cuando separaba dos cifras.
  • Eliminación también del acento en un puñado de palabras que ahora son consideradas monosílabas, por contener diptongos o triptongos. Afecta a formas verbales y a sustantivos como ion, guion o truhan, que la conocemos todos por la canción de Julio Iglesias.
  • A la hora de escribir extranjerismos o latinismos crudos (no adaptados) deben escribirse en cursiva. Así debería ser affordance, estándar y standard, a grosso modo.
  • Cuando utilicemos prefijos (como anti o ex, por ejemplo), van soldados. Mi exnovia era supermodelo. A no ser que la palabra a la que preceden se escriba con mayúsculas o sea un numero, que van con guion (mini-USB, sub-21). Por último, las palabras se escribirán separadas cuando sean pluriverbales, como anti pena de muerte o pre Segunda Guerra Mundial.
  • Encima mío y detrás tuyo está mal dicho. Sería correcto encima de mí y detrás de ti, pero creo que si insistimos lo suficiente, al final lo aceptarán.
  • Resulta que hay tres verbos en español que presentan dos participios (regular e irregular). Así es correcto decir imprimido e impreso, freído y frito y proveído y provisto cuando se usen como participios. “Rompido” no vale.
  • Se dice “un área muy extensa y un hacha afilada” porque el indefinido “una” toma la forma “un” cuando antecede inmediatamente a sustantivos femeninos que comienzan por a tónica. Para el resto de artículos se utiliza el género apropiado (“toda el agua”, “esta hacha”, “aquella área”).
  • Las MAYÚSCULAS llevan tilde. Parece que había una leyenda urbana que afirmababa no era obligatorio, pero la Real Academia Española nunca ha tenido tal regla. Las siglas, sin embargo, ni llevan acento, ni tienen plural (no se añade ninguna ‘s’ como hace el inglés). Por otro lado, las abreviaturas llevan un punto al final de la palabra recortada, pero los símbolos no (tal como “cm”, “m” y los más evidentes ?m o Ã…, Fe, Ag, etc.)
  • Las particulas “qué”, “cuál”, “quién”, “cómo”, “cuánto”, “dónde”, etc. se escriben sin acento cuando, entre otras cosas, son átonas (salvo “cual” cuando va precedido de artículo que también va sin acento). Es decir, si no tienen el peso del relieve en la pronunciación. Así “lo importante no es el qué, sino el cómo”, pero eso “no significa que no importa como se hagan las cosas, sino cuándo”. “¡Que aproveche! ¿Qué has dicho?”.
  • “Porqué” es sustantivo y tiene plural (porqués), “por qué” es el que va en las preguntas, “porque” es la respuesta a estas preguntas y “por que” acostumbra a utilizarse más con un artículo entre medio, como por ejemplo, “este es el porqué por (el) que te llamé”.
  • Los nombres de los días de la semana, de los meses y de las estaciones del año se escriben en minúscula, a excepción de festividades, acontecimientos históricos o nombres propios de calles, edificios, etc.

Y ante las dudas, el Diccionario panhispánico de ídem.

Arte callejero para despedir el año

Las discusiones sobre que es el arte son como las de si Dios existe. Finalmente uno acaba cansado de las dos y lo único que le apetece es experimentar. Me ahorro por ello entrar en debate sobre si es o no tal, el llamado arte urbano.


Visto en las calles de Ponte A Poppi en Casentino, Italia.

Prefiero verlo como la capacidad de añadir el factor emocional a un diseño técnico. Con más o menos gracia o más o menos acierto, personalizar el mobiliario callejero no solo ha sido aprovechado por campañas publicitarias, sino que ha hecho a artistas urbanos alcanzar el nivel de celebridad.


Ojalá fuera yo Banksy.

Aunque el llamado arte urbano está, a veces, más a camino entre la gamberrada, el ingenio o el meme en el MundoRealâ„¢. Más del rollo “guarro limpia el coche”, que de pieza reivindicativa, pero de todas formas, el ingenio utilizado en algunos casos, especialmente en el de las señales, es digno de compartir:



De Respuestas sarcásticas a señales con una completa buena intención.

Valga esta entrada para felicitaros a todos el nuevo año!

Actualización: Un enlace con las 100 mejores obras de arte urbano de 2011.

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