Según como lo mires, pero dame una pista

Consideremos la ilusión óptica de los puntos cóncavos y convexos en estas dos imágenes:

Ilusión de puntos cóncavos y convexos
Los puntos cóncavos son aquellos que parecen escarbados en la superficie y los convexos son los curvados hacia el observador, los que invitan a ser pulsados.

Son dos copias de la misma imagen rotadas 180 grados una respecto de la otra, pero se crea esta ilusión debido a que nuestro cerebro genera inferencias inconscientes [en] sobre el significado de las sensaciones. Es decir, asumiendo un mundo tridimensional en el que hay una única fuente de luz que proviene de arriba, esta es la mejor apuesta que podemos hacer sobre la realidad. Una definición salerosa de lo que es nuestra percepción.

¿Por qué partimos de esas premisas? No está claro del todo, pero siempre podemos echar mano de la teoría que lo explica todo asumiendo casi nada: la evolución Darwiniana. Explicación: el sol y la luna como única fuente de luz durante un periodo geológico.

A la teoría de la evolución de Darwin algún día le llegará la hora, pero de momento nos saca de bastantes fregaos. Siempre hay una explicación darwiniana para disparidades como la moralidad, la cohesión social o las herramientas. ¿El iPad? Bueno, la manera de sobrevivir en un entorno hostil y ganar la competición frente al resto de especies.

Steve Jobs estaba convencido de que el hombre es un animal de herramientas, y así lo explicaba en esta historia, la de un estudio en el que se comparó el esfuerzo que necesitaban diferentes especies en recorrer una distancia determinada. El ganador resultaba ser el cóndor. El hombre quedaba en una modesta posición en el último tercio de la lista, hasta que decidieron montarlo en bicicleta. Midieron de nuevo los resultados y, en este caso, el hombre doblaba en eficiencia al cóndor.

Una herramienta nos pone a la vanguardia de todo el reino animal. El iPad no precisamente.

Mi duda existencial es si es un dispositivo para trabajar o para jugar. Desde que escribí ¿Pronto para una tablet? conseguí que Reynholm Industries me facilitara una sin tener que gastarme los más de 600 pavos que cuesta, una cantidad que visto el uso que le estoy dando me hubiera sentado como una patada en el hígado. Apple se ha especializado en que sus dispositivos móviles sean superiores en básicamente dos aplicaciones: fotos y música. El iPad para editar y trabajar con textos es como cuando te cuentan una mala noticia mientras estás comiendo, se te quitan las ganas.

Pantalla de login en la versión móvil de Twitter
Escribir en el teléfono es un coñazo, lo sabemos. De hecho, el tema de estos inicios de sesión en dispositivos móviles debería morir ya, puesto que es una experiencia tanto horrible, debido al tema de escribir adecuadamente, como insegura, debido a que se usa en espacios públicos donde cualquier puede estar mirando por encima tuyo.

No soy yo muy fan de imágenes bajo cristal como paradigma de interacción, donde no se permite la exploración acciones (hacer hovers, por ejemplo). Esto lleva a que en ocasiones no hay pistas de lo que se puede o no hacer y hay que tomar una acción para averiguar si hay efectivamente una acción. Por supuesto algunas cosas están muy bien diseñadas, pero hay dos factores que influyen en que parezca que la usabilidad en general sea mejor:

  • Todo es maravilloso, brillante y bonito.
  • Nos hemos gastado 600 pavos y vamos a acostumbrarnos y aprender a utilizarlo sí­ o sí.

Al final de los días, yo seguiré opinando que la madre del cordero de un buen diseño es una adecuada affordance.

Espero que los mayores se acuerden del skeumorphism (que no traduciré como “esqueumorfismo”). Aquella tendencia que Apple abanderó en el diseño de sus aplicaciones, en la que replicaba la forma y materiales de objetos reales con el objetivo de que lo nuevo resultara familiar y confortable. Valgan como ejemplo estas imágenes del pasado:

Antigua librería de la app iBooks para iPad
Extracto del e-book Winnie the Pooh para iPad
Estantería de madera de pino y libros con papel de eucalipto color crema, que al pasar página se animan como en el MundoReal™.

El skeumorphism se aprovecha de conceptos como las metáforas y los modelos mentales, así que basándose en el previo conocimiento del objeto que es replicado, pretende obtener una interfaz más intuitiva y usable. Muy buena intención, oye, pero llegó el día en el que el skeumorphism se pasó tres pueblos, con texturas de cuero y costuras en el fondo del calendario, y el mundo empezó a cogerle manía. Que si estas metáforas visuales están pasadas de moda (¿alguien se acuerda de lo que es un Rolodex?), que si es una manera de justificar decisiones de diseño poco elaboradas (esto es lo que es familiar para los usuarios y esto es lo que entienden), que si se concentra más en la forma que en la función (es como pintarle los labios a un cerdo), etc. El tema acabó ridiculizado incluso dentro de la misma Apple.

Así que, como es habitual tras un período rococó, se rompe con todos los esquemas y se vuelve a la armonía y la sencillez del neoclasicismo, que esta vez toma el nombre de flat design (que no traduciré como “diseño plano”). Doble tirabuzón carpado y nos situamos completamente al otro extremo, con una falta total de ornamentación y una estética que va más allá del minimalismo, donde el mantra “deshazte de todo lo que puedas” se sustituye por el nuevo “deshazte de todo”.

Interfaz de usuario de Windows Metro
Microsoft Metro se distanció del skeumorphism enfatizando una interfaz de usuario plana y atómicamente minimalista. ¿Vemos inmediatamente con que podemos interactuar? ¿Se puede hacer clic en los paneles? ¿Es eso una foto o una aplicación?

Se siguen manteniendo metáforas visuales, un sobre para el correo o una cámara para hacer fotos, pero los iconos que los representan están absentes de toda decoración. Ausencia de sombras, brillos, volúmenes. Tanta ausencia, que no tardaron en aparecer quejas sobre la falta de pistas para ayudarnos a utilizar la interfaz. Que si al deshacerse de todo, se pierde también aquello que asistía al usuario y por tanto la usabilidad se ve perjudicada (botones que no parecen que se puedan pulsar), que si ya jugamos con desventaja en pantallas táctiles donde se inhabilitan nuestros receptores del tacto (botones que no parece que se puedan pulsar), que si la transición ha sido demasiado rápida (y los botones no parece que se puedan pulsar), etc.

Con este paso estamos actuando en detrimento de nuestra percepción con la que guiamos nuestras decisiones interactivas (los puntos convexos que como ilusión invitan a ser pulsados), pero a medida que el mundo físico sea menos físico y haya menos cosas con botones en ellas, ¿qué será un botón entonces?

flat sink
Que moderna y minimalista es una pila lisa para el lavabo en vez de una cóncava.

En The Flat Sink se remarca porque las pilas de los lavabos son curvadas:

Curved Sink vs Flat Sink - Splash
Un lavabo plano hace que el agua salpique más.

Curved Sink vs Flat Sink - Drain
Un lavabo curvado permite drenar el agua más fácilmente.

Curved Sink vs Flat Sink -Pool
En un lavabo plano se requiere más agua para conseguir la misma profundidad.

Esto es un ejemplo claro que una excelente apariencia no es condición suficiente para un buen diseño. Las dos aproximaciones pueden ser estéticamente bellas, refrescantes o pasar por meras tendencias, pero no importa como de plano o profundo o minimal o esqueumórfico (lo hice) sea un diseño, o que texturas o sombras se utilicen, si no es capaz de transmitir como utilizarlo cuando lo miramos.

Todo lo que necesitamos es una invitación a la interacción, sea en forma de iconos, etiquetas, animaciones o evolución de Darwin, de manera que seamos capaces de adivinar como interactuar con la interfaz.

La cocina

Hace un par de semanas, la cajera del supermercado de enfrente de mi casa me dijo: “Esa es una firma muy práctica”. Luego, como experta grafóloga que estaba demostrando ser, la comparó con la firma de la parte trasera de la tarjeta de débito y, tras verificación, me la devolvió con una sonrisa. Así­ que cinco días más tarde me encontré a una risueña cajera expectante por verme refrendar. Estos momentos que se comparten con las cajeras pueden llegar a ser desmedidamente í­ntimos.

Si somos lo que comemos y comemos lo que compramos, somos lo que compramos. Tyler no está de acuerdo, pero la risueña cajera del súper orgánico chequea los dos boniatos, los cuatrocientos gramos de pollo y las dos cajas de huevos y ya sabe lo que soy. Al igual que mi firma, que es un garabato de un único trazo continuo, más bien una simple rúbrica, soy un psicópata.

Mido la comida y cuento las calorías cada vez que me nutro, que no son pocas veces al dí­a. Actualmente, como 240 gramos de proteína, 350 de carbohidratos y 50 gramos de grasa. Es la fuente de estos macronutrientes, sin embargo, lo que incorpora el comportamiento obsesivo-compulsivo al juego. Aunque el acto de medir la comida se queda corto en este set de desayuno del holandés Ivo Vos:


Una colección de prototipos para el desayuno con la intención de hacer que apreciemos la importancia de las actividades banales.


Para cortar el pan con precisión absoluta.


Básicos. Escala digital para calcular la cantidad de azúcar y medir la leche.


Tetera equipada con un sensor que calcula la distancia desde la que decantamos el té.


Una tostadora en la que es posible ajustar el angulo de eyección del pan y así­ conseguir que aterrice directamente en el plato.


Y la madre del cordero neurótico. La cuberterí­a estampada con un patrón gráfico uniforme, de manera que todas las piezas se pueden alinear perfectamente.

En los últimos años he pasado de utilizar la cocina como mero almacén de botellas de Jägermeister a considerarla un templo vital. En la cocina ahora reparo en la importancia de sus herramientas, el diseño de los materiales y la usabilidad de sus electrodomésticos. Quiero esta:

Locks Air Kitchen by deVOL
La “Locks Air Kitchen” de deVOL, que debe costar un pastizal.

Cuando me separé por primera vez de mi segunda mujer, me tocó afortunadamente en el reparto, la nevera Smeg que pueden ustedes ver en la foto. Acabé malvendiéndola debido a un feo rasponazo producido durante la mudanza, pero era un magnífico frigorífico, con ese inconfundible diseño que caracteriza la marca Smeg.

Una de sus líneas de encimeras a gas viene con mandos iluminados cuando los fogones están encendidos, que aunque parezca una nimiedad, contribuye no solo en seguridad, sino como parte de la solución a uno de los problemas fundamentales en diseño industrial, el de los interruptores.

Las dos dificultades a superar en el diseño de controles son la agrupación, como determinar que mando controla que función, y la topografí­a, como determinar que interruptor controla que luz, por ejemplo, cuando hay varias agrupadas. Si les parece simple, piensen en cuantas veces encienden la luz equivocada o el fogón equivocado debido a estos problemas.

Encimera a gas de Smeg (PGF96)
Esta es la organización habitual de mandos dispuestos en lí­nea y quemadores en forma rectangular. Al final todos sabemos que los diagramas que representan a los fogones se acaban borrando y es necesario aprender que mando corresponde a que quemador.

Un buen uso de la topografí­a natural no necesita letreros y resuelve este problema del tirón, simplemente disponiendo los mandos del mismo modo que los quemadores:

Encimera Smeg P755AN
La organización de los mandos contiene ahora toda la información necesaria para decidir que interruptor activa que quemador.

A parte de unos electrodomésticos con buena usabilidad, en mi cocina ideal (aquí­ hay más) no podrí­an faltar estas herramientas básicas: un buen cuchillo de chef, un par de tablas de cortar en diferentes materiales (plástico para la carne y madera para los vegetales), espátulas de silicona, fiambreras de plástico (tuppers), una batidora y mucho espacio libre.

Magic Bullet (el bueno), Tea Tube (el feo), sartén japonesa de Muji (el malo)
El bueno, el feo y el malo de mi cocina. Así quedó mi sartén nueva tras estrenarla.

  1. El bueno: Hará casi 2 años que tengo ya el Magic Bullet, que por menos de 50 € hace las veces de batidora, minipimer y licuadora. Lo utilizo hasta 2 o 3 veces al día. Batidos, zumos, salsas, aliños y tortillas.
  2. El feo: El Tea Tube, un tubo de aluminio para preparar infusiones, no es precisamente feo. De hecho, me embaucó su elegancia, pero, al igual que mi segunda mujer, me saca de quicio. Tratar de limpiar las hojas del té tras su uso es desesperante. Por esta razónhay versiones posteriores del mismo tubo con compartimento extraíble.
  3. El malo: No conozco a nadie que aprecie el diseño y reniegue de Muji, la tienda japonesa de la que reniego, pero es que no puedo evitarlo desde que me gasté casi 25 € en una sartén para hacer tortillas y que tuve que tirar tras destrozarla en el primer uso. Mi tortilla se quedó pegada de tal manera que se trajo consigo de cuajo el metal de la placa.

La semana pasada, cuando vi a la grafóloga risueña en la caja del supermercado, pensé en añadir un poco de drama al temita de la firma. Tal vez una pausa justo antes del acto y, en ese momento, mirada de complicidad a la cajera sonriente y expectante. Cual fue mi chasco al descubrir que han instalado maquinitas para las tarjetas y ahora con introducir el PIN basta. Se acabaron los autógrafos.

Si las sillas fueran como Facebook

Cuando vi esta cínica ilustración sobre sillas, no quise dejar pasar la oportunidad, como el que se fue a Sevilla, de traérmela para acá. Y así de paso, aprovechar para recomendar, si es que aún no las conocen, las ilustraciones de Eduardo Salles en El espíritu de los cínicos:


Identificamos sillas de Robin Day (2005-2006), Stam (2007), van der Rohe (2008), Panton (2009), Aarnio (2010) y la silla eléctrica (2012).

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La affordance percibida de haber sido reparada

Se dice que la única interfaz intuitiva es el pezón. El resto se aprende. Con la experiencia, nuestros modelos mentales se hacen cada vez más completos y, sin necesidad de reconocer un objeto, podemos llegar a intuir su funcionalidad.


Botones y otros elementos de los productos que comandó Dieter Rams en los 60 para Braun. PSD descargable aquí.

Marcas minimalistas, muescas y volúmenes que nos llevan a la conclusión de que esto de aquí se puede girar, de aquello se puede tirar o de esto se puede pulsar. Esta invitación a utilizar estos elementos es la affordance, concepto del que anotamos sin cansarnos.


Admirable colección de tiradores de las puertas de más de un centenar de coches de todos los tiempos.

Pero hecha la ley, hecha la trampa y resulta curioso ver como se puede aprovechar este concepto para transmitir una propia cultura a un objeto. En la línea de productos “Repair-Ware” se rediseñan una serie de electrodomésticos con la affordance percibida de que han sido reparados.


Fascinante, pero de momento solo un prototipo conceptual de una línea con un único producto: la plancha.

Esta idea es de Samuel Davies, actualmente diseñador de productos en Kenwood, donde no se si le habrán quitado ya la idea de seguir con la línea “Repair-Ware”. Con ella pretende reforzar una cultura de la reparación, abandonando así la actitud de tirar las cosas cuando no funcionan para comprarlas nuevas, y tratando de arreglarlas en consecuencia. Una visión más ecológica, que implica un cambio de mentalidad. No lo compres nuevo si lo puedes arreglar tú mismo. Davies espera que así “los objetos queden emocionalmente conectados con sus propietarios”.



La mayor dificultad en el diseño de estos productos es que el interior debe ser tan amigable como el exterior y muchos estándares de seguridad, por ejemplo, pueden hacer infranqueable este objetivo. De todas formas, tenga o no futuro la idea, me llamó poderosamente la atención como se añade ese elemento que invita a abrir la plancha y perder el miedo a trastear con su interior para una posible reparación. Es la affordance percibida de haber sido reparada.

Diseño para el error o por que los aviones tienen ceniceros en los lavabos

Las décadas son un invento reciente. No ya el concepto de diez años seguidos, claro, sino el de unidad cultural. Antiguamente, la medida de estos cambios vendría dada, por ejemplo, por la vida del rey. El reinado de Isabel la Católica, que no vendría exento de modas que abochornarían a dinastías previas.

Durante el Renacimimento, algunas mujeres usaban el jugo de las bayas de la Atropa belladonna para dilatar sus pupilas, efecto conocido como midriasis, por motivos puramente estéticos. Un reinado o un papado más tarde seguramente se recordarían ridículas con esos ojos.

¿Cómo podía llevar semejante peinado en los 80? Bueno, a parte de que por entonces tenía pelo, porque es común que la mayoría de nosotros tengamos una opinión decente de como somos ahora. “Pero dentro de cuarenta años”, escribía Dale Carnegie en 1948, “puede que miremos atrás y nos riamos de la persona que somos hoy”. ¿Dentro de cuarenta años? Los hipsters no van a durar ni cinco. Con la celeridad de estos tiempos, pronto los lustros serán las unidades culturales mínimas.

Son necesarios muchos cambios para que una unidad de tiempo se considere significativa. Vivimos en una sociedad que ha conseguido añadir cuarenta años a la vida media de la especie humana en solo dos siglos. Desde el neolítico, tan solo se consiguió un aumento de veinte años en diez mil que pasaron. La consecuencia de ello es que los sucesos culturales de gran magnitud cada vez se dan en periodos más cortos. La sensación de ser parte del pasado se nos echa encima. Eramos trogloditas hace medio siglo.

¡Hace treinta años la gente iba fumando en los aviones!

De hecho, podría haber empezado por ahí, que es de lo que realmente trata esta entrada, pero me esfuerzo por poner en contexto el asunto y andarme un poco por las ramas. En Engineering Infrastructures For Humans explican por que los aviones tienen ceniceros en los lavabos.

El que menos haya viajado en avión sabe que no se puede fumar dentro de ellos. Queda permanentemente avisado en los luminosos interiores, en los múltiples adhesivos de las puertas y en los manuales de instrucciones. Incluso, y aquí viene lo curioso, hay un aviso de no fumar adherido al cenicero del lavabo.


Quieto, “parao”.

Si no se puede fumar en los aviones, parece completamente ilógico que haya ceniceros, con lo que esto tiene pinta más de un parche que de una solución. Debe ser que el coste de eliminar todos los ceniceros de las puertas de los lavabos se dispara en comparación con el coste de poner una pegatina de prohibición justo donde puedes apagar el cigarro. Si American Airlines ahorró cuarenta mil dólares eliminando una aceituna de cada ensalada, aquí también economizaremos.

Pues no.

Resulta que según el código de regulación, tener ceniceros en los lavabos de los aviones no es algo opcional. Un avión no puede abandonar el terminal si no dispone de ellos.

Es una decisión basada en una de las principales heurísticas de diseño centrado en el usuario. Los usuarios cometerán errores y probarán acciones no permitidas, y puede que no tenga nada que ver con maldad o estupidez. No asumas que tus usuarios nunca romperán las reglas y toma una medida de reducción de riesgos. Está prohibido fumar, pero si fumas, al menos, apaga el cigarro bien y no vaya a pasar como en 1973, cuando un accidente de avión atribuido a un cigarrillo mal apagado acabó con la vida de 123 personas.

Todo diseño centrado en el usuario es un diseño que tiene en cuenta el error humano. Por eso los cajeros devuelven la tarjeta antes de entregar el dinero o la pantalla del iPad se apaga a los cinco segundos si no se desbloquea.

Todo el mundo puede fallar. Menos Torres, este que no falle el sábado.

Lo simple, si breve, dos veces bueno

De entre todas las cosas de este mundo que piden a gritos simplicidad, el nombre de los productos ofrece un abanico de ejemplos evidentes de lo que es correcto e incorrecto. PlayStation, Post-It, iPhone, por una parte. Por la otra, Sony DVP SR200P/B o Casio G’zOne Commando.

Se requiere simplicidad para captar en una sola palabra, tal vez dos, la esencia de un producto o empresa —o en algunos casos crear una personalidad con ello. Mientras que la simplicidad goza con un desafío como este, también, por desgracia, lo hace la complejidad.

En esto pensaba Ken Segall, entonces director creativo de publicidad de Apple, cuando Steve Jobs presentó el nuevo iMac en 1998 con la intención de llamarlo MacMan.


Ya tenemos un nombre que nos gusta mucho, pero quiero ver si sois capaces de batirlo. El nombre es “MacMan”.

En Steve Jobs Almost Named The iMac The MacMan, Until This Guy Stopped Him, el mismo Segall explica como consiguieron hacer cambiar de opinión a Steve. Como, tras rechazar la primera tanda de propuestas —que ya incluía el nombre iMac, le ofrecieron nuevas ideas, pero volvieron a insistir incluyendo de nuevo este último.

Finalmente, se impondría de nuevo la simplicidad, incluso la brevedad, en este caso de un nombre, que se convertiría en una de las partes más importantes de la marca Apple. Haciendo alusión a un ideal de precisión, al que se le suma la moderación en el popular dicho de “lo bueno, si breve, dos veces bueno”.

Pero, ¿es mejor un nombre de producto porque es breve? Los alemanes contradicen este aforismo con su frase Einmal, keinmal (una vez, ninguna vez). Es cultural para los teutones que para que algo nos guste, se nos tenga que dar mucho. ¿Nos parece bueno un nombre porque nos hemos acostumbrado a él?

Evidentemente, ni la brevedad, ni la frecuencia son condiciones suficientes de lo bueno, pero si admitimos con acierto que lo sencillo lo es. ¿Por qué asumimos que lo sencillo es bueno? Volvamos a Apple, donde nos responderá el mismo vicepresidente de diseño industrial, Jonathan Ive:

Porque necesitamos sentir que podemos dominar los productos físicos. Si consigues imponer el orden dentro de la complejidad, encuentras la forma de que el producto se rinda ante ti. La sencillez es simplemente un estilo visual. No es sólo el minimalismo o la ausencia del desorden. Requiere sumergirse en las profundidades de la complejidad. Para ser realmente simple, hace falta llegar hasta lo más hondo. Por ejemplo, para hacer algo sin tornillos puedes acabar con un producto muy complicado. La mejor forma es profundizar más en la simplicidad, comprender todos los aspectos del producto y de su fabricación. Tienes que entender en profundidad la esencial de un producto para poder deshacerte de todos los elementos que nos son esenciales.

¿Por qué en Ikea siempre acabamos comprando de más?

Dentro de una tienda Ikea no puedes evitar entrar en un estado de perpetua complejidad: estantes repletos de cajas aplanadas marrones etiquetadas con nombres y códigos aleatorios, una linea amarilla que te lleva inexplicablemente por habitaciones cuando lo único que querías comprar eran unos utensilios de cocina. Luego, sólo cuando tu temperatura emocional se ha visto incrementada y puedes sentir un picor de pánico alrededor de tus oídos, te enfrentas a la versión Ikea de atención al cliente: un adolescente mal pagado, entrenado para la desconexión psíquica, que te dirá que se les ha agotado el producto. La próxima entrega no llegará hasta dentro de 2 semanas. No, no puedes realizar el pedido, tendrás que volver a la tienda. ¿Esa otra pregunta? Bueno, tendrás que hacérsela a alguien que esta en los lavabos… eso está a cinco metros siguiendo la linea amarilla y la cola está a tu izquierda.

Es una cita extraída de un antiguo artículo de Guardian [en]. Del orden del 60% de las compras que se llevan a cabo en Ikea no son cosas por las que la gente fue allí a propósito, no estaban en su lista de la compra. ¿Cual es entonces el secreto del gigante sueco?

Resulta que todo se basa en la propiedad de privar de autonomía a los visitantes de la sala de exposición. Lo explica en una charla el profesor Alan Penn, donde describe como los arquitectos utilizan el espacio para vender cosas, de manera que crean patrones de movimiento para llevar a la gente hacia los productos.

Uno de los casos que expone es el de Harrods, los grandes almacenes londinenses. Estaban convencidos de que debían tener algún tipo de problema, pues cada sábado doblaban el número de visitantes, pero las expectativas de ventas no eran las esperadas. El equipo del profesor Penn estudió la relación entre la estructura espacial del local y el flujo de gente moviéndose por éste. Resultó ser que no es que la congestión de personas estaba obligando a la gente a no poder avanzar, sino que las inhibía de echar un vistazo. ¡Realmente les paraba de parar! La gente tenía que seguir moviéndose porque había demasiada presión de la masa que estaba detrás.

Basándose en estudios sobre la estructura espacial concluyeron que uno de los factores que afectan directamente en las ventas es la inteligibilidad. La correlación entre lo local y global. Entre lo que puedo ver ahora mismo y mi posición relativa al gran almacén. Si no sabes donde estás, ¿cómo vas a saber a donde quieres ir?

Sin embargo, cuando llegaron al caso Ikea, se quedaron sorprendidos de que no seguía los patrones que habían encontrado previamente. Tras analizar como el flujo de gente se movía por el local, vieron que el showrooom de Ikea es similar a un sistema urbano. De hecho, lo que haces si vas a Ikea es seguir a la gente alrededor de la tienda. Raramente encuentras gente yendo en sentido contrario, y si lo hacen tienen pinta de estar agobiados. Lo que hacen es crear un entorno completamente desorientativo, pero que aun así tiene una ruta a seguir. Los diseñadores del espacio tratan deliberadamente de confundir al visitante, llevándole a comprar cosas que no están en su lista de la compra. Eliminan su autonomía, la habilidad de actuar con intención.

La ininteligibilidad y la desorientación eliminan tu autonomía. Han ampliado el límite al comienzo de la tienda hacía la sala de exposición y lo han utilizado para eliminar tu reconocimiento de saber donde estás. Tienes que rendirte. Sólo puedes ceder y seguir la ruta que te han propuesto, porque hacer cualquier otra cosa es realmente difícil. De hecho, hay atajos en Ikea. Si quieres puedes ir arriba a la sala de exposición, girar a la izquierda y bajar de inmediato por las escaleras hacia el mercado y empezar a comprar. Los compradores expertos de IKEA lo saben. Parte de la razón por la que disfrutan es porque consideran que tienen experiencia sobre cómo comprar allí.

Te diré el truco. Si quieres saber dónde está el atajo —da la vuelta, está justo detrás tuya. Literalmente.

¿Pronto para una tablet?

Posiblemente, el teléfono móvil sea uno de los dispositivos mas rediseñados del mundo, pero aún así, todavía sigue resultando poco satisfactorio. Durante los primeros años siempre usé Nokia. Me daba pánico cambiar de marca, no sólo porque resultaban óptimos como linterna, sino por el esfuerzo de aprender una nueva interfaz nada intuitiva y el coste del cambio.


Mobile Evolution es un proyecto del diseñador británico Kyle Bean. Muestra una colección de móviles de 1985 hasta 2009 al estilo matrioska (muñecas rusas).

Estos contratiempos desaparecían con los smartphones, así que hace un par de años me pasé a un HTC Hero. La experiencia de usuario no es sólo un atractivo diseño y una grácil interfaz háptica, sino lo que hace trascender el material. Con el paso del tiempo, esta experiencia acabó decepcionando. De hecho, hubiera revoleado el móvil unas pocas veces ya. Un día bajé del avión y no conseguí poder llamar hasta pasada una hora y media porque tuve que lidiar con la memoria, las aplicaciones, los procesos del sistema, reinicios, etc.

Por supuesto que no daría un paso atrás para volver a los antiguos teléfonos, pero pagué 400 € por él y ahora, tal como está el precio de las tablets, no hace que me aventure a dar ningún paso con ellas. La rápida sustitución que hicieron de los netbooks, me hace pensar que son más una necesidad creada que real. Las tablets son muy atractivas, objetos de puro deseo con interfaces muy juguetonas, pero no estoy convencido de que sean algo robusto y estándar por lo que merezca ahora dejarse un pastón.


Ai buu ken!

Me da la sensación que se produce muy a la ligera, que todo está muy verde aún. No quiero ser un early adopter. Creo que tengo bastante paciencia y me sobra mucho mes al final del sueldo.

Las omnipresentes sillas blancas de plástico y la Emeco 1006

He diseñado multitud de cosas de las que no estoy orgulloso y que ya han desaparecido. Quiero diseñar cosas que permanezcan para siempre. Creo que ya va siendo hora de que dejemos de malgastar los recursos del planeta.

Esa es precisamente la actitud y el mensaje que llevamos pregonando por estos lares desde hace ya un tiempo. La cita es de Philippe Starck, en referencia a su colaboración con Emeco, una empresa americana fundada hace más de 50 años con el objetivo de suministrar al ejercito de mobiliario fabricado en acero y aluminio. Destaca en su colección la silla Emeco 1006, que se ha convertido en un icono con el paso del tiempo, tanto por su robustez como por el atractivo de una linea americana clásica que se remonta a la era del optimismo Post Segunda Guerra Mundial.


Sobre la silla Emeco 1006, también conocida como silla Navy (armada o marina), ronda una leyenda que cuenta que el reposadero es un molde del culito de Betty Grable.

“Es una silla que nunca llegas a poseer del todo, simplemente la usas por un tiempo hasta que le llega el turno a la siguiente persona. Una gran silla nunca debería tener que reciclarse. Esto es algo muy considerado con la naturaleza y la humanidad”, sentencia Starck. En la planta de Emeco trabajan 35 personas que fabrican 1000 de estas sillas al mes. Cada una requiere 8 horas de trabajo y 77 meticulosos pasos durante los que se ensamblan las 12 distintas secciones, generando un producto casi indestructible y hecho para durar 150 años.

Ésta en concreto, o cualquiera de las sillas de aluminio de Emeco, la hemos visto en multitud de ocasiones por todos lados, pero ahora entra en acción posiblemente una de las sillas más ubicuas que existen: la silla blanca de plástico. Un omnipresente objeto de la vida cotidiana (como me mola decir objeto de la vida cotidiana) del que hay páginas web y grupos en Flickr con fotos tomadas por todas partes del mundo.

La silla en concreto es una Monobloc (monobloque), llamada así porque consiste en una única pieza de polipropileno calentado a 220 grados y moldeado para producir una silla cada 70 segundos. Se producen por todo el mundo y cuestan aproximadamente 3 € la pieza (en comparación, la silla Emeco no baja de los 300 €). Un mobiliario anónimo, económico, liviano, fácil de limpiar y apilable.


Posiblemente, la Monobloc sea la silla más famosa. Esta en concreto es la silla Pals de Resol.

Se puede considerar que las dos sillas tienen un alto nivel de perfección en su diseño, con características muy distintas, pero que han alcanzado la celebridad global. Aunque esto pueda hacerlas independientes del contexto, en el sentido de que no dan información local o temporal de donde se encuentran, no caben en el mismo contexto simplemente por su ubicuidad. Mr. Anderson y el Agente Smith no están sentados en sendas Monobloc durante el interrogatorio estilo Gestapo de Matrix, sino en unas brillantes Emeco 1006.

Fuentes: The Emeco 1006 chair y Those White Plastic Chairs – The Monobloc and the Context-Free Object.

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Estuches portalentillas que te hacen consumir más líquido

¿Ya has visto el documental “Comprar, tirar, comprar: la historia secreta de la obsolescencia programada“? Si no lo has hecho, no pierdas el tiempo con esta mediocre anotación y ponte a verlo. No hay conspiranoias de por medio, el documento es bien simple y contundente: somos unos hijos de puta.

/modo crítico de la sociedad de consumo ON.
El eje de la economía moderna, el crecer por crecer y no para satisfacer necesidades, es insostenible en un planeta de recursos limitados. No es la primera vez que hablamos de esto. La posteridad no nos va a perdonar, se van a reiterar las crisis y recesiones si continuamos con el consumismo desenfrenado. Vamos a morir todos.
/modo crítico de la sociedad de consumo OFF.

El documental —que lo veas si no lo has visto ya— versa sobre cómo se reduce deliberadamente la vida de los productos para incrementar el consumo. Así ocurrió con las bombillas, limitadas a mil horas, las medias de nylon, forzadas a ser menos resistentes, la batería de los iPods, no reemplazables y, mi personal aporte, los estuches portalentillas, que han visto incrementado su volumen, resultando en un mayor consumo de líquido para limpiar las lentes de contacto.

Las primeras lentillas que se amoldaron a mis ojos duraban un par de años. Requerían diferentes clases de líquidos y unas pastillas semanales. Las limpié con precisión y mimo durante los primeros siete meses, hasta que un sábado noche me equivoqué de píldora. Yo no percibí mucho el cambio, pero las lentes acabaron rosas, así que decidí pasarme a las lentillas desechables de un mes de duración. Una sustancial mejora en comodidad y un único líquido para gobernarlas a todas. Llevo más de diez años comprando este tipo de soluciones, cuyos botes vienen acompañados siempre con un estuche portalentillas de regalo. No sé para que necesito tener más de cincuenta, si al final siempre uso el mismo, pero lo que he podido constatar es que el diseño de estos contenedores de lentillas ha cambiado ligeramente a lo largo de la década. Los portalentillas fueron resideñados para aumentar su capacidad de albergar líquido. El objetivo, incrementar la frecuencia de uso de solución y por ende su consumo. Y para acabar, aquí tienes un estudio empírico que afirma que los americanos gastan más de 1600 millones de dólares debido a esto [en].