Lo simple, si breve, dos veces bueno

De entre todas las cosas de este mundo que piden a gritos simplicidad, el nombre de los productos ofrece un abanico de ejemplos evidentes de lo que es correcto e incorrecto. PlayStation, Post-It, iPhone, por una parte. Por la otra, Sony DVP SR200P/B o Casio G’zOne Commando.

Se requiere simplicidad para captar en una sola palabra, tal vez dos, la esencia de un producto o empresa —o en algunos casos crear una personalidad con ello. Mientras que la simplicidad goza con un desafío como este, también, por desgracia, lo hace la complejidad.

En esto pensaba Ken Segall, entonces director creativo de publicidad de Apple, cuando Steve Jobs presentó el nuevo iMac en 1998 con la intención de llamarlo MacMan.


Ya tenemos un nombre que nos gusta mucho, pero quiero ver si sois capaces de batirlo. El nombre es “MacMan”.

En Steve Jobs Almost Named The iMac The MacMan, Until This Guy Stopped Him, el mismo Segall explica como consiguieron hacer cambiar de opinión a Steve. Como, tras rechazar la primera tanda de propuestas —que ya incluía el nombre iMac, le ofrecieron nuevas ideas, pero volvieron a insistir incluyendo de nuevo este último.

Finalmente, se impondría de nuevo la simplicidad, incluso la brevedad, en este caso de un nombre, que se convertiría en una de las partes más importantes de la marca Apple. Haciendo alusión a un ideal de precisión, al que se le suma la moderación en el popular dicho de “lo bueno, si breve, dos veces bueno”.

Pero, ¿es mejor un nombre de producto porque es breve? Los alemanes contradicen este aforismo con su frase Einmal, keinmal (una vez, ninguna vez). Es cultural para los teutones que para que algo nos guste, se nos tenga que dar mucho. ¿Nos parece bueno un nombre porque nos hemos acostumbrado a él?

Evidentemente, ni la brevedad, ni la frecuencia son condiciones suficientes de lo bueno, pero si admitimos con acierto que lo sencillo lo es. ¿Por qué asumimos que lo sencillo es bueno? Volvamos a Apple, donde nos responderá el mismo vicepresidente de diseño industrial, Jonathan Ive:

Porque necesitamos sentir que podemos dominar los productos físicos. Si consigues imponer el orden dentro de la complejidad, encuentras la forma de que el producto se rinda ante ti. La sencillez es simplemente un estilo visual. No es sólo el minimalismo o la ausencia del desorden. Requiere sumergirse en las profundidades de la complejidad. Para ser realmente simple, hace falta llegar hasta lo más hondo. Por ejemplo, para hacer algo sin tornillos puedes acabar con un producto muy complicado. La mejor forma es profundizar más en la simplicidad, comprender todos los aspectos del producto y de su fabricación. Tienes que entender en profundidad la esencial de un producto para poder deshacerte de todos los elementos que nos son esenciales.