Estirar el tiempo

Mucho antes de abrazar la mediocridad, fantaseaba a menudo con la idea de ser el mejor de los mejores en algo. Dejaba volar la imaginación para captar la esencia del prodigio que supondría ser invencible. Me montaba pajas mentales figurando cómo debía sentirse el más destacado pianista del mundo, en qué situaciones se vería envuelto alguien con el don de entender todos los idiomas o qué ovaciones recibiría el mejor cantante de coplas.

En mi infancia, soñaba con ser el mejor portero de fútbol. Imbatible. La Carbonero se olvidaría de Casillas en el minuto uno. Mi guardameta ideal era incapaz de recibir un gol, excepto cuando el linier la cagaba. Una omisión típica de esas en las que confunden de que lado ha caído la pelota. A lo sumo recibiría goles fantasma. Aunque si el resultado lo permitía también debía dejarme colar alguno de vez en cuando. Tenía que disimular que lo mío era inhumano, porque como no estaba hecho para eso de entrenar duroteh y dedicar una vida a ello, lo mío tenía que ser una especie de superpoder.

Semejante capacidad para atajar balones se generaría del hecho de poder cambiar la percepción del tiempo o, dicho de otro modo, procesar la realidad más rápidamente. Todo esto mucho antes de que Neo aprendiera a esquivar las balas. Sería como estar fuera de la línea temporal común para todos, acompañado de una sensación de quietud. Al procesar el tiempo más rápido, el balón parecería viajar más lentamente, permitiéndole a uno reaccionar más holgadamente y cambiar de dirección a lo Ed Warner, el portero bizco de Campeones (Captain Tsubasa), si fuera necesario. El balón recorrería la distancia hacia la meta en un escaso segundo, que nos habría parecido un minuto. El resto del mundo vería simplemente que eres un tío rápido moviéndote.

Bueno, pues resulta que hay investigaciones que afirman que esto se puede hacer, que se puede estirar el tiempo, haciendo que la percepción temporal subjetiva cambie y éste transcurra más lentamente. Que existen zonas del cerebro especializadas en la medición del paso del tiempo y tenemos una especie de cronómetro interno que podemos consultar. Una prueba inconsciente de ello es el llamado minuto microondas, cuando el tiempo se ralentiza mientras esperas que la comida se caliente en el microondas. Lo sorprendente radica en que se cree que también podemos entrenar ese “ritmómetro” biológico, haciendo que un minuto microonda pase más rápido y que el balón parezca que se mueve más lento.


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