Mediocres

Me ha llegado, a través del formulario de contacto, un mensaje anónimo:

Que pasa man, ya no publicas na ???

He pecado de abandono. Aprecio la moderación, en este caso de publicación, pero nada hay de virtud aquí si hemos llegado a uno de los extremos. Lo sé, porque lo sabe Arístoteles.

La sabiduría antigua elogiaba toda posición que no llegara al extremo. Celebraba lo proporcionado y la mesura, despreciando los excesos y la eminencia. La mediocridad estaba viviendo su época dorada. Sin embargo, el paso del tiempo la relevó al veto y la repulsa. No pudo hacer frente a la exaltación del romanticismo, la exageración del barroco, el superhombre de Nietzsche y los superheroes de Marvel. Ahora, que hemos desembocando en la era de los medios, la aspiración a lo máximo y al reconocimiento nos han inculcado que es preferible el fracaso absoluto a la mediocridad.

Con el caudal contínuo de check-ins en twitter, fotos pasadas por filtros vintage y actualizaciones de Facebook, es fácil caer en la trampa de creer que los demás tienen una vida apasionante, mientras nosotros desayunamos un tazón de cereales en calzoncillos. Se promociona una cultura social en la que prima comunicar cuan interesantes somos. El camino hacia el reconocimiento iniciado antes por los medios de comunicación y la publicidad. Lo sé, porque lo sabe Tyler:

La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seriamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a poco nos hemos dado cuenta y estamos, muy, muy cabreados.

Yo no estoy muy, muy cabreado. Ni siquiera lo estoy un poco porque acogí la mediocridad. Reconozcamos de una vez que todos somos mediocres en casi todo y rescatemos a la medianía de la censura. Es muy difícil no serlo y sería ridículo que todos intentáramos ser estrellas del rock.

Nos bombardean continuamente con la propaganda del éxito. La publicidad y los gurús del marketing exponen que “eres el mejor del mundo (…) o eres invisible”. La sociedad nos transmite que solo quiere ganadores. Competir y ganar. De la noche al día, este no era nadie y hoy lo es todo.

Eso es falso. No existe el éxito de la noche a la mañana. Detrás de él hay habitualmente alguien obsesionado.

Claro como el vodka, si quieres llegar a ser lo más en algo, tienes que estar obsesionado. Hacerlo todo el tiempo, y cuando no lo haces, tienes que estar pensando en ello. La gente de negocios que amasa millones es porque siempre está haciendo negocios. “Lo que la gente necesitada no entiende de la gente con dinero que sigue trabajando 12 horas por día es que, justamente, no lo hace por dinero”, decía Martin Varsavsky en uno de sus posts.

La buena noticia, es que no hay que ser the best in the world. Ser el mejor implica competición, foco en el ego. Siempre se ha dicho que aprender no es lo mismo que sacar buenas notas. Cuando lo importante no es aprender y disfrutar, sino ganar, todo vale. Y cuando todo vale, la vida no se convierte en una meritocracia, sino en un concurso de popularidad, donde el más competente no es el mejor, sino el más hábil compitiendo.

La mayoría de nosotros no estamos aquí para llegar a ser algo o cambiar el mundo, a pesar de cargar con esa sensación. Estamos aquí simplemente para vivir. Es por eso que, desde este mediocre blog, reivindicamos la medianía con naturalidad. Somos mediocres. No somos los mejores, por supuesto, pero tampoco los peores y eso ya es mucho tal como esta el panorama.

Ahora me he acordado de aquella entrevista a Ioannis Ikonomou, un traductor griego que habla 32 idiomas, y de la pregunta que no publicaron:

– Y usted, hablando tantos idiomas, ¿en qué piensa?
– Pues en follar, como todo el mundo.

Somos mediocres, pero también nos gusta una buena taza de te.